23 de enero de 2025
Anoche me desvelé buscando carpinterías de madera en internet. Armé una carpeta en la nube con fotos para compartirle a Emma y a mis viejos. El carpintero y los arquitectos. No sé cuál es mi rol: ¿Pareja del carpintero? ¿Hija de los arquitectos? ¿Clienta?
Recién ahora empiezo a sentir ganas de participar en las decisiones. No es que antes me faltara interés, al contrario. Pensé que este momento nunca iba a llegar: tener mi propia casa. En los últimos veinte años viví en veinte casas diferentes. Así es la vida de algunos inquilinos, casi nómade.
27 de enero de 2025
Las nubes como escamas blancas sobre el cielo tormentoso. Llovió poco pero fuerte, eléctrico. Del otro lado del mar, asoma el último rayo dorado. Alcanza a tocar el campo.
En la obra estaba todo bien, los ladrillos de afuera mojados, adentro seco, ni una gotera. Los pocos materiales que quedaron estacionados siguen ahí, nadie robó nada.
31 de enero de 2025
A principio de mes le pedí a mamá que averiguara el precio de la madera del techo, calculamos un millón y medio, pero no sabemos. Dijo que sí, jamás volvió sacar el tema. Un poco me quedé esperando las novedades, ¿y si sale menos y nos alcanza con la plata que tenemos en la cuenta?
En primavera, justo cuando paramos la obra, ella armó una huerta cerca del río con otras dos mujeres. Todos los días se encuentran al amanecer para sembrar, sacar yuyos, regar. Hacía tiempo que no la veía tan entusiasmada. Sus conversaciones ahora son sobre semillas, mosquitos, horas de sol. También sobre conservas: cuando la cosecha de algún fruto es demasiado abundante lo convierten en dulce o escabeche. Hormigas en verano.
1 de febrero
Hace unos años, cuando recién nos habíamos mudado a esta playa, escribí cómo sería la casa de mis sueños. La zona, el camino, la luz sobre el terreno, todo o casi todo, es igual a la casa que estamos construyendo. Más tarde, ese pequeño texto pasó a formar parte de mi primer libro.
Antes de eso, cuando recién había empezado a trabajar y todavía vivía en La Plata, un verano papá nos preguntó a mi hermana y a mí cuánto nos gustaría ganar y dónde nos gustaría vivir. No sé qué respondió Lucre, pero yo lancé un número apenas más alto que mi sueldo ultra precarizado de ese momento y dije que me imaginaba viviendo en esos terrenos nuevos frente al mar en la zona norte y dando clases de tai-chi. Papá se indignó, dijo que el número daba lástima y que no entendía la parte de trabajar de algo que ni siquiera practicaba. Pensé que estábamos jugando, le respondí.